Un diagnóstico de fallos repetidos de implantación se da cuando los pacientes han transferido embriones en ciclos anteriores de fecundación in vitro y no se logra embarazo.
Un diagnóstico de fallos repetidos de implantación se da cuando los pacientes han transferido embriones en ciclos anteriores de fecundación in vitro y no se logra embarazo.
Para la consecuencia de un embarazo, es necesaria la implantación, proceso en el que el embrión se adhiere al endometrio. Este momento tiene lugar aproximadamente a los 6 días después de la fecundación, marcando el inicio del embarazo. Para que esto tenga lugar, en el útero se da un periodo conocido como «ventana de implantación», un intervalo de tiempo que el endometrio es receptivo y capaz de acoger al embrión.
Además, para que la implantación sea exitosa, es necesario que el endometrio tenga un grosor adecuado (entre 7 y 9 mm) y una estructura trilaminar.
El proceso se divide en dos fases: la fase preimplantatoria, donde el endometrio se prepara y el embrión comienza su división celular, y la fase implantatoria, donde el embrión en estado de blastocisto se fija al endometrio.
El diagnóstico de fallo de implantación se da cuando una paciente no ha logrado quedar embarazada después de tres ciclos de FIV utilizando sus propios óvulos o después de dos ciclos de ovodonación, cumpliendo las siguientes condiciones:
Las causas de un fallo de implantación puede tener diferentes orígenes:
Aunque el mecanismo exacto de cómo estas alteraciones afectan la implantación no está claro, existen nuevas pruebas diagnósticas para mejorar su detección y tratamiento.
Tras el diagnóstico de un fallo de implantación, existen varias técnicas que pueden aumentar la probabilidad de éxito en un tratamiento de reproducción asistida:
Los embriones realizan su desarrollo en el laboratorio FIV y es en este caso donde las condiciones de cultivo deben ser lo más similares a las condiciones uterinas para tener las mayores tasas de éxito. Además, a partir del día 3 de desarrollo embrionario, hay una serie de procesos en los que se realiza una selección embrionaria y algunos de los embriones que están en desarrollo en día 3, no continuarán evolucionando. Por ello, es muy importante tener un cultivo hasta blastocisto, para que, en caso de que los embriones no continúen su desarrollo sepamos el origen de un test de embarazo negativo. Si transferimos esos embriones en día 3 de desarrollo y dentro del útero no vemos la evolución, tendremos un fallo de implantación, pero no sabríamos su origen.
En algunos casos en los que los embriones fueron transferidos en estado de blastocisto con una buena calidad, tendríamos que valorar si los embriones tienen alteraciones genéticas en el número de cromosomas. Para ello, se realiza un DGP de aneuploidías (PGT-A) y seleccionaremos los embriones sin alteraciones cromosómicas, genéticamente normales para aumentar las posibilidades de un embarazo viable que llegue a término.
Esta técnica consiste en realizar un pequeño agujero en la zona pelúcida del embrión, la capa protectora externa que rodea al óvulo para facilitar la salida del embrión y su implantación en el endometrio.
Cuando el origen de los fallos de implantación no tiene una causa embrionaria, debemos prestar especial atención a otras causas sistémicas como las trombofilias, ya que existen pacientes que tienen un aumento de la coagulación sanguínea y puede dificultar la gestación. Para ello, el tratamiento con heparina, un anticoagulante, puede prevenir fallos de implantación.
Si no tenemos una causa embrionaria y las trombofilias no están alteradas, se puede realizar este test, que consiste en la evaluación de la receptividad del endometrio, ya que debe existir una sincronía entre el blastocisto, que es el estado del embrión preparado para la implantación y en endometrio, que debe estar receptivo para acoger al embrión. En algunos casos, esa receptividad no va en sincronía con el embrión y este test nos ayuda a identificar el momento óptimo para la transferencia embrionaria.
Para mujeres con fallos repetidos de implantación, cuyo origen es una causa embrionaria y que, tras intentar mejorar la calidad y/o genética, no se consigue, un tratamiento con óvulos o semen de donantes puede aumentar significativamente las tasas de éxito.
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